Nuestros caballos
El Caballo constituye uno de los animales cuya presencia es más frecuente en el folklore universal. Amigo y compañero del hombre desde la más remota prehistoria, la vida de éste está ligada a la de aquel por el lazo más firme, el de la amistad. El caballo ha sido, para nuestros gauchos, el medio más importante de transporte y de trabajo.
Raza: «mestiza» y «criollos»
Edad: entre 07 y 17 años
Altura promedio (cruz): entre 145 cm y 160 cm aprox.
Límite máximo de peso para nuestros clientes: 110 kg
Ritmo de marcha: lento y moderado
Horas que transitan por día: entre 4 y 8 horas (alrededor de 20 km)
Caballos cordilleranos (mestizos)
Hay quienes sostienen que el caballo es de origen euro – asiático y que fue introducido en América por los colonizadores (españoles), pero existe un convencimiento histórico que señala que fue justo al revés: el caballo nacido en las llanuras del centro de Estados Unidos y Canadá emigró a Asia y Europa a través del Estrecho de Bering. En realidad lo que hacen los españoles y demás europeos en 1492 es devolver el caballo a su origen. Por eso los aborígenes, pasado el primer susto, se familiarizaron rápidamente con el caballo.
Vagando sin destino por las enormes pampas, los caballos sobrevivientes sufrieron necesariamente una serie de procesos y cambios estructurales para adaptarse a las nuevas condiciones, muy distintas a las de su tierra de origen. Los fuertes soles, fríos vientos, frecuentes tormentas y aridez del suelo, los obligaron a migrar grandes distancias en búsqueda de agua y pasturas, lo que les dio esa incomparable resistencia. Su particular instinto sobre el peligro lo lograron en consecuencia de la persecución del aborigen o el puma. Todos estos factores, sumados a la continua consanguinidad y el aislamiento, forman la base de las peculiares características de las razas caballares argentinas.
Los caballos cordilleranos son confortables y dóciles. Soportan muchas horas de trabajo sin correr peligro en condiciones severas, son tranquilos y fuertes.
El carácter, la independencia y la rusticidad de estos caballos, contrastan con una generosidad sin límites. La capacidad para adaptarse a las condiciones más duras hace del «mestizo» el caballo ideal para una equitación de placer y aventura.
Los caballos, utilizados para las cabalgatas, son caballos mansos y se adaptan al jinete ya sea experto o inexperto. Su comportamiento depende de quien lo monte, según las órdenes que de éste reciba. Tienen una comunicación y contacto muy particular, al poco tiempo de andar con ellos, el caballo sabrá si será él quien conduce la marcha (lenta, tranquila y segura), o el jinete dominante que le ordena y exige a diferentes situaciones.
Pelajes
Más de cien tintes y matices permiten clasificar los pelajes de los caballos «mestizos» y a cada uno se le designa un término diferente. Se destacan entre los más conocidos:
Alazán, Zaino, Cebruno, Colorado o Castaño, Doradillo, Bayo, Gateado, Lobuno o Peseño, Moro, Oscuro, Overo, Tobiano, Picaso, Rosillo, Tordillo, Tostado, Blanco, etc. Estos pelajes tienen subdivisiones que llevan a más de 100 variedades de colores y matices.
Las mulas cargueras
El caballo y el asno se han apareado desde los tiempos más antiguos y de estos cruces nacieron híbridos llamados mulos y burdéganos. Se llaman mulos los que han nacido de un asno y una yegua, y burdéganos los que proceden de un caballo y una burra; tanto unos como otros se parecen más a la madre que al padre.
El mulo no es muy inferior al caballo en lo que respecta al tamaño y a la forma del cuerpo, pero en cambio se diferencia bastante por la cabeza, por la longitud de las orejas, por tener la raíz de la cola recubierta de cortos pelos y por tener las ancas más robustas y las pezuñas más estrechas, más parecidas por lo tanto a las de los asnos. En el color del pelaje se parece casi siempre a la madre y rebuznan como el padre.
El burdégano presenta formas menos perfectas, es de menor tamaño y tiene las orejas más largas, como la madre. Del caballo conserva tan sólo la cabeza, que es larga y delgada; las ancas, que son amplias; la cola, peluda en toda su longitud, y el clásico relincho. También revela el carácter perezoso de la madre. Pero el caballo y la burra no se aparean nunca por propia voluntad, por lo que la cría de burdéganos exige el concurso del hombre. Por otra parte, entre caballos y asnos en libertad existe siempre un odio que acaba en encarnizadas peleas. El asno, en cambio, se une voluntariamente con la yegua, que por cierto no parece aceptarlo de buen grado.
Los mulos no pueden ser dedicados al trabajo antes de los cuatro años, pero a partir de esta edad se mantienen activos hasta los veinte y, a veces, hasta los treinta. Un mulo pesa, en el momento del nacimiento, entre 35 y 40 kg, es amamantado durante doscientos cuarenta días y completa su desarrollo físico a los sesenta meses.
Como los mulos son más útiles que los burdéganos, el hombre se dedica más ampliamente a la cría de los primeros. En realidad, estos animales reúnen las ventajas de ambos progenitores: del asno tienen la sobriedad, la constancia, el paso tranquilo y seguro, y de la madre poseen la fuerza y el valor. Este híbrido es muy útil todavía en todos los países montañosos, y tiempo atrás, en América del Sur tuvo la misma importancia que el camello entre los árabes. Un buen mulo puede transportar una carga de 150 kg y recorrer diariamente de 20 a 98 km.
La cría del asno y del mulo generalmente se realiza en estado de semiestabulación, es decir, en campos de pasto donde se han preparado refugios primitivos. En contra de lo que sucede con los caballos, la cría de estos animales no se halla, pese a los progresos de la mecanización agrícola, en retroceso, pues aún hoy constituyen un insustituible medio de trabajo y de transporte en las pequeñas granjas familiares de zonas más atrasadas a causa de la configuración agronómica o de condiciones climáticas poco favorables. El crecimiento de las cabalgatas, paseos turísticos y de recreación, crece día a día y el mular elegido por mucha gente por su tranco rápido y seguro.
El asno y el mulo se adaptan a trabajos de tiro carga y silla, y son particularmente ágiles en los terrenos accidentados. El mulo y el burdégano generalmente son estériles, salvo alguna excepción por parte de las hembras. La mula es conocida de desde hace mucho tiempo, como lo prueban las figuras esculpidas en los bajorrelieves asirios.
La sustitución de la llama por la mula como animal de carga en la región andina, entre los años 1600 y 1630, convierte al discutido híbrido del siglo XVI en «el fulgurante animal del siglo XVII». La mula fue introducida en el Nuevo Mundo por los españoles revolucionando el sistema de transporte hasta entonces conocido. A diferencia del ganado equino cimarrón que se reproducía libremente hasta entonces en América, la mula exhibe especial dedicación, tanto para su producción como para su cría, pero alguien dijo y con razón: «La mula es una mercancía que se transporta a sí misma». Durante mucho tiempo, la producción de mulas se constituyó en el siglo XVII y XVIII, en el comercio más importante entre Perú y las provincias del norte, Córdoba, Cuyo y Litoral, con la salvedad de que la mayor parte de las Cuyanas se vendían a Chile.
«A cerca de las mulas»: párrafos seleccionados de un artículo de Juan Andrés Carrozzoni y complementados por los autores del CD-ROM «San Martín, el Libertador».
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